Consciencia y Conciencia
Comunicación Espírita realizada
el 21/02/2020
(transcripción íntegra)
Nota del transcriptor: como el texto original
puede resultar algo complejo de entender, lo he repetido a continuación,
sustituyendo la palabra “conciencia” por “moral” y la palabra “consciencia” por
“percepción”
Contenidos:
-
La
consciencia.
-
La
conciencia.
-
Cuando
se crece en conciencia.
-
Nuestra
“maleta de vida”.
-
El
bien triunfa sobre el mal.
-
Somos
creados simples e ignorantes.
-
La
consciencia es la impulsora de la conciencia.
-
Crecer
en consciencia sin conciencia.
-
Cómo
crecer en conciencia.
-
Hacernos
conscientes de nuestros errores.
-
La
“zona de confort” del miedo.
-
Atención
y voluntad.
La
consciencia es el conocimiento de nosotros mismos, de nuestro entorno y de las relaciones
que se establecen entre ambos. La consciencia crece de un modo gradual, a través
de la experiencia y la comprensión, pero exige de atención voluntaria, por lo que
podemos pasar por diferentes niveles de consciencia a lo largo del día y de la vida,
de acuerdo a nuestro nivel de atención. Además, la atención siempre es selectiva,
por lo que podemos tener consciencia de algo y, a la vez, ser inconscientes de otras
cosas que suceden simultáneamente.
La
conciencia es el nivel de conocimiento que tenemos sobre el bien y el mal. La conciencia
también crece de un modo gradual y, desde mi punto de vista, es la cualidad que
nos identifica más claramente en nuestro progreso espiritual eterno. Por tanto,
las palabras conciencia, ética, moral, valores, principios, están directamente vinculadas
entre sí. Cuando se crece en conciencia, no se puede volver atrás, porque los valores
que han sido verdaderamente incorporados a nuestra “maleta de vida”, jamás pueden
diluirse o desaparecer, quedan grabados en nuestra alma de modo permanente, y
si nos hacemos conscientes de cómo ha cambiado la humanidad a lo largo del
tiempo podremos comprender que el bien triunfa sobre el mal. Como seres humanos,
somos creados simples e ignorantes, y la evolución progresiva nos va permitiendo
crecer en la aptitud de desarrollar esta conciencia en cada una de nuestras sucesivas
vidas. Pero de esto de “las vidas” ya hablaré en otro momento.
Probablemente,
el elemento más importante que nos permite desarrollar nuestra conciencia es, precisamente,
la consciencia. La consciencia, por tanto, es la impulsora de la conciencia. Para
crecer en conciencia debemos ser conscientes de ello, y según crezcamos en conciencia,
se abrirá frente a nosotros, y también en nuestro interior, un nuevo mundo, que
es el actual, pero observado, percibido, de un modo más amplio, amoroso, compasivo.
Imaginemos
que crecemos en consciencia, pero no hay evolución de nuestra conciencia. Nuestra
moral, llamémosla “no-muy-desarrollada” se estanca, y aumenta nuestra capacidad
de percibir el mundo. Sin evolucionar nuestro concepto del bien y del mal. ¿Cuál
sería el resultado? Evidentemente, aumentaría nuestra capacidad de actuar, de influir,
pero manteniéndonos con nuestras mismas limitaciones, mezquindades, egoísmos, miedos.
¿De
qué sirve, entonces, crecer en consciencia si no se crece a la vez en conciencia?
Y
para crecer en conciencia debemos depurar nuestros errores, que son fruto de nuestra
ignorancia. Hacernos conscientes de nuestros errores es una tarea de héroes. Requiere
mucho valor, ya que nos enfrentamos al peligroso monstruo que se aloja en nuestro
interior. Nuestro “yo” sin evolucionar, que se resiste a salir de su “zona de confort”
del miedo, y que no desea zambullirse en las cristalinas aguas del amor manifestado.
Pero es cuestión de ATENCIÓN y VOLUNTAD. ¿Te atreves?
TEXTO CON MODIFICACIONES:
La
PERCEPCIÓN es el conocimiento de nosotros mismos, de nuestro entorno y de las relaciones
que se establecen entre ambos. La PERCEPCIÓN crece de un modo gradual, a través
de la experiencia y la comprensión, pero exige de atención voluntaria, por lo que
podemos pasar por diferentes niveles de PERCEPCIÓN a lo largo del día y de la vida,
de acuerdo a nuestro nivel de atención. Además, la atención siempre es selectiva,
por lo que podemos tener PERCEPCIÓN de algo y, a la vez, ser inconscientes (no
tener PERCEPCIÓN) de otras cosas que suceden simultáneamente.
La
MORAL es el nivel de conocimiento que tenemos sobre el bien y el mal. La MORAL también
crece de un modo gradual y, desde mi punto de vista, es la cualidad que nos identifica
más claramente en nuestro progreso espiritual eterno. Por tanto, las palabras conciencia, ética, MORAL,
valores, principios, están directamente vinculadas entre sí. Cuando se crece en
MORAL, no se puede volver atrás, porque los valores que han sido verdaderamente
incorporados a nuestra “maleta de vida”, jamás pueden diluirse o desaparecer, quedan
grabados en nuestra alma de modo permanente, y si PERCIBIMOS cómo ha cambiado
la humanidad a lo largo del tiempo podremos comprender que el bien triunfa
sobre el mal. Como seres humanos, somos creados simples e ignorantes, y la evolución
progresiva nos va permitiendo crecer en la aptitud de desarrollar esta MORAL en
cada una de nuestras sucesivas vidas. Pero de esto de “las vidas” ya hablaré en
otro momento.
Probablemente,
el elemento más importante que nos permite desarrollar nuestra MORAL es, precisamente,
la PERCEPCIÓN. La PERCEPCIÓN, por tanto, es la impulsora de la MORAL. Para crecer
en MORAL debemos PERCIBIRLA, y según crezcamos en MORAL, se abrirá frente a nosotros,
y también en nuestro interior, un nuevo mundo, que es el actual, pero observado,
PERCIBIDO, de un modo más amplio, amoroso, compasivo.
Imaginemos
que crecemos en PERCEPCIÓN, pero no hay evolución de nuestra MORAL. Nuestra MORAL,
llamémosla “no-muy-desarrollada” se estanca, y aumenta nuestra capacidad de PERCIBIR
el mundo. Sin evolucionar nuestro concepto del bien y del mal. ¿Cuál sería el resultado?
Evidentemente, aumentaría nuestra capacidad de actuar, de influir, pero manteniéndonos
con nuestras mismas limitaciones, mezquindades, egoísmos, miedos.
¿De
qué sirve, entonces, crecer en PERCEPCIÓN si no se crece a la vez en MORAL?
Y
para crecer en MORAL debemos depurar nuestros errores, que son fruto de nuestra
ignorancia. Hacernos conscientes de nuestros errores es una tarea de héroes. Requiere
mucho valor, ya que nos enfrentamos al peligroso monstruo que se aloja en nuestro
interior. Nuestro “yo” sin evolucionar, que se resiste a salir de su “zona de confort”
del miedo, y que no desea zambullirse en las cristalinas aguas del amor manifestado.
Pero es cuestión de ATENCIÓN y VOLUNTAD. ¿Te atreves?
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