Los beneficios del cambio al camino espiritual

Testimonio del transcriptor del 24/04/2020 (adaptación para comunicado público)

Contenidos:
-         El principal beneficio inmediato que se obtiene.
-         El nuevo punto de vista.
-         La base fundamental en la que se sustenta la felicidad de todas las personas y de todas las sociedades.
-         De ser reactivos a ser protagonistas y creadores de la felicidad.
-         El resultado de nuestras acciones.
-         Siempre debemos sentir agradecimiento.
-         Cuando el dolor nunca supone sufrimiento.
-         Los errores, nuestras grandes lecciones.
-         Cambiando nosotros y cambiando el mundo.
-         La actitud compasiva.
-         Perdonarnos, para poder conseguir perdonar a los demás.
-         La actitud de superioridad.
-         La verdadera satisfacción.
-         El proceso del perdón.

El principal beneficio inmediato que se obtiene al decidir entrar en el cambio al camino espiritual es la felicidad, porque empiezas a observar toda la existencia desde un punto de vista muy diferente. En vez de ver la vida como la ve casi todo el mundo, como una sucesión aleatoria de hechos que nos afectan de un modo u otro, y que nosotros simplemente intentamos sobrevivir, sin otra trascendencia, entendemos que formamos parte de un plan que está muy por encima de nuestras capacidades, que todos estamos interconectados y que la ley del amor es la base fundamental en la que se sustenta la felicidad de todas las personas y de todas las sociedades. En vez de ser reactivos ante las situaciones, ya sean positivas o negativas, agradables o desagradables, en vez de estar esperando que ocurra algo bueno para sentirnos bien, en vez de reaccionar de un modo hostil, con tristeza o angustia ante la adversidad que nos sobreviene, nos convertimos en protagonistas y creadores de la felicidad, trabajando para resolver los problemas, por supuesto, pero en la confianza de que todo tiene un propósito, y que todo lo que hacemos está dirigido a generar felicidad, tanto en nosotros como en los demás. Independientemente de todo lo que nos rodea. Y, sobre todo, del resultado. Porque lo que valoramos como “bueno” o “malo” está basado normalmente en la conveniencia personal y, en algunos casos, en la conveniencia del grupo (familia, amigos, país, etc.), pero hay muy pocos casos en los que las personas son capaces de tener fe real, confianza real en que lo que tenga que ocurrir será lo que necesitemos para evolucionar, por lo que siempre, siempre, debemos sentir agradecimiento. Aunque a veces duela. Son cosas que tiene nuestra ignorancia. Pero cuando se alcanza el nivel adecuado de fe real, el dolor nunca supone sufrimiento, es solo un proceso de aprendizaje, y nos sirve para hacernos conscientes de que el camino debe ser otro, o que tenemos que superar la experiencia. Procesos necesarios para evolucionar.

Y cometemos errores, y esas son nuestras grandes lecciones. Cada vez que cometemos un error y nos damos cuenta de ello, y vemos cómo resolverlo y cómo cambiar para mejorar nuestra forma de actuación. Estamos cambiando nosotros y cambiando el mundo. Porque después hacemos las mismas cosas, pero para nosotros es completamente diferente. Nuestra actitud cambia y se hace fuerte y a la vez humilde, confiada y a la vez compasiva.

Cuando alguien nos dice algo que antes nos incomodaba, ahora tenemos una actitud compasiva, primero con nosotros mismos, porque ahora observamos el proceso reactivo que bulle en nuestro interior, y nos decimos a nosotros mismos, con una sonrisa comprensiva “ese era mi yo anterior, pobrecito. Muchas gracias, Dios mío, porque me has permitido entender que esa no es la reacción que yo quiero en mi vida”. Ese proceso me hace sentir feliz, porque me estoy dando cuenta de que antes estaba equivocado, de que en este momento sigo teniendo una “reacción automática” que no quiero tener y que, como consecuencia de ello, he sido capaz de frenarla antes de manifestarla.

O puedo darme cuenta después de haberla manifestado, después de haber cometido el error, y puedo decir “muchas gracias, Dios mío, porque soy consciente de que me he equivocado”. Lo que se entiende como pecados, en realidad son equivocaciones, porque entendemos la vida de una forma errónea. Pueden ser voluntarias o involuntarias, pero siguen siendo equivocaciones.

Y comenzamos a sentir compasión con nosotros mismos. Esa compasión nos ayuda muchísimo, porque nos permite perdonarnos. Cuando nos perdonamos, estamos dando el gran paso para poder conseguir perdonar a los demás. Nunca jamás podremos perdonar a otros si antes no sabemos perdonarnos a nosotros mismos. Porque el perdón condescendiente, con actitud de superioridad, jamás es un perdón real. El perdón real es decir en nuestro interior “esto que ha pasado forma parte de un error, de una equivocación que tú tenías, y yo hago todo lo posible para ayudarte a que entiendas cuál es el buen camino”. Y ponerlo en práctica de un modo humilde y amoroso, con la intención de mejorar a esa persona.

Eso crea satisfacción, no por el orgullo de sentirnos superiores, que es una satisfacción vil y no produce felicidad real, sino porque nos sentimos conscientes de que estamos en el camino que nos ha marcado Dios. Esto es infinitamente satisfactorio, y nos llena de una felicidad que supera todos los vanos goces que produce el egoísmo. Y como consecuencia de ello, nuestra vida cambia, nuestra forma de ver el día a día cambia, cada segundo de nuestra vida. Desaparecen los motivos de acciones reactivas de enfado, de orgullo, de cualquier tipo de lo que entendemos como pecado o error. Y cada vez que cometemos uno de esos errores, cada vez somos más conscientes de que los estamos cometiendo, y cada vez tenemos más capacidad de perdonarnos a nosotros mismos.

Pero ese perdón, por supuesto, implica reparar los daños que se causan y decidir no volver a cometer el error más veces. De lo contrario no logramos evolucionar, nos estamos mintiendo a nosotros mismos, intentamos justificar una cosa, pero sin que surja del corazón. 

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