La Terapia del Perdón. ¿Qué debemos comprender para poder perdonar?
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Análisis y
conclusiones extraídas del vídeo público “¿Qué debemos comprender para poder
perdonar?” https://www.youtube.com/live/S1xdXc1oClw
Autor de este
análisis: Vicente Lumbreras
E-mail:
vicentelumbrerasm@gmail.com
Fecha: 27/10/2024
Título de la
publicación donde está previsto incorporar estos contenidos:
Perdonarnos, perdonar
y pedir perdón
El camino para sentir
paz interior, expresar amor universal y experimentar felicidad profunda
Nota:
este texto está desarrollado de acuerdo con los contenidos sugeridos según se
analizaba el vídeo de referencia.
¿Es
posible perdonar lo imperdonable? o dicho de otro modo ¿hay algo que podamos
considerar realmente imperdonable?
Cuando
estamos anclados en el modelo de víctima, es evidente que cualquier cuestión de
cierta dificultad, que nos provoque un mínimo de dolor, podremos considerarlo
imperdonable. Es una percepción personal que, como todas las demás, cada
persona la valora de acuerdo con su estructura mental. Por eso, ante un mismo
evento, una persona lo considerará imperdonable y otra será capaz de
perdonarlo. Ambas sentirán el dolor, pero mientras que la primera se quedará
anclada a ese dolor, a esa rabia, a ese odio, que la estará comiendo por dentro
y envenenándola, la segunda persona tendrá la posibilidad de poder aprender una
lección de amor, podrá volver al estado de paz interior y podrá liberarse del
vínculo doloroso con esa persona a la que podría haber culpado y podría haber
puesto como excusa para tener una vida amargada y de sufrimiento, tanto para
ella misma como para todo su entorno, porque la vibración anímica es una
energía tremendamente contagiosa, especialmente para las personas que siguen
dormidas, que no han logrado despertar su consciencia.
Cuando
entendemos que todo lo que ocurre es de acuerdo con la voluntad de Dios, ya sea
por acción o por autorización, podemos llegar a la conclusión de que todo tiene
una finalidad y que las cosas que llamamos “imperdonables” también tienen una
finalidad, y si Dios posee la cualidad de amor absoluto, es evidente que todo
lo que ocurre tiene un propósito de amor, aunque nos cueste comprenderlo, e
incluso aunque no lo comprendamos.
Ante
esta comprensión, general y profunda, de que todo lo que ocurre es lo que tiene
que ocurrir, el rechazo y la reactividad van disminuyendo según aumenta dicha
comprensión. Y debemos tener claro que los procesos del alma no se suelen
alcanzar de un modo rápido, sino que tienen un proceso de adquisición paulatina
de sabiduría, en base siempre al aprendizaje y puesta en práctica de lo
aprendido.
Esta
publicación está compuesta de muchas piezas, que yo he intentado ordenar de
acuerdo con el mejor criterio que he podido, y con ellas pretendo mostrar una
imagen que dé un punto de vista y una perspectiva lo más aproximada posible a
lo que actualmente entiendo sobre este tema que considero esencial en el
proceso evolutivo de toda alma humana. Pero es posible, yo diría que probable,
que cada persona que lea esta publicación pueda entenderla de forma diferente,
porque puede unir las piezas de otro modo y formar una imagen diferente. Esta
es una buena noticia, ya que nos permite comprender que la evolución es un
proceso personal, y que la información que nos puedan aportar otras personas,
siempre podemos adaptarla, y realmente siempre la adaptaremos, de acuerdo con
el nivel de sabiduría que dispongamos en cada momento, pudiendo rechazar o
aceptar, sufrir o aprender, estancarnos o evolucionar. Siempre será nuestra
decisión interna, siempre será nuestro mérito espiritual.
La
experiencia de la vida puede experimentarse desde el nivel físico, donde el
objetivo es acumular riqueza material y nada más. Si la experimentamos desde el
nivel mental, desarrollaremos una comprensión racional, académica, de la
realidad y valoraremos la importancia de las necesidades físicas, pero ya
dejarán de ser un objetivo prioritario. Finalmente, si logramos alcanzar el
nivel espiritual o del alma, aprovecharemos el pensamiento racional y las
mejores condiciones en el nivel físico para desarrollar la paz interior,
expresar el amor universal y experimentar la felicidad profunda. Por tanto,
desde cada uno de los niveles y subniveles en los que nos podamos posicionar a
lo largo de la vida, la interpretación de la realidad cambiará, la experiencia
variará y el aprendizaje será diferente en cada caso, y esto es lo que explica
que diferentes personas que están experimentando un mismo hecho tengan
diferentes percepciones, interpretaciones y experiencias del mismo.
Si
somos capaces de elevarnos al nivel del alma, cada vez que pasamos por una
experiencia confrontante, una experiencia que nos quita la paz, tendremos la
posibilidad de observarla como una oportunidad de crecimiento personal, pero
también como una forma de contribuir, a través de nuestro ejemplo en esta
experiencia, a que otras personas se cuestionen sus propios modelos de vida,
desarrollen sus capacidades y alcancen niveles más elevados de comprensión
espiritual, logrando que se materialice una cadena de amor y sabiduría gracias
a nuestra expresión de virtudes, un motivo más para agradecer a Dios la
oportunidad que nos da de poder participar en su obra evolutiva.
La
progresión de la evolución de los niveles físico, mental y espiritual tienen
muchas similitudes.
En
el caso del nivel físico, la evolución puede observarse desde el modelo del
entrenamiento, donde una persona no entrenada comienza poco a poco su preparación
y va adquiriendo una mejoría significativa al principio, pero necesita ir cambiando
e incrementando el modo de entrenar porque se producen estancamientos, es
decir, si se mantiene el mismo tipo de entrenamiento, no hay desarrollo de las
cualidades físicas, y según se evoluciona a nivel físico es necesario que se
desarrollen cambios en las experiencias de los entrenamientos para poder seguir
mejorando. Pero hay límites que, por mucho entrenamiento que se realice, no se
pueden superar, y podemos llamarlos límites físicos.
En
el nivel mental, el aprendizaje es acumulativo, y hay contenidos que no es
posible comprender hasta haber adquirido una determinada base de conocimientos
que lo permita. Por tanto, al igual que en el caso del entrenamiento físico, es
necesario pasar por un proceso progresivo, pero se puede afirmar sin duda que
tenemos actualmente tal cantidad información disponible que, por mucho que
podamos estudiar, nunca podremos llegar a conocer toda la información que la
humanidad tenemos a nuestra disposición, a esto lo podemos denominar límite
mental.
En
el nivel espiritual, el proceso también es acumulativo, ya que cuanta más
comprensión espiritual tengamos, mejor podremos desarrollar la paz interior,
expresar el amor universal y experimentar la felicidad profunda, aunque
personalmente tengo la impresión de que la comprensión espiritual es un proceso
de tipo general, es decir, que podemos experimentar, comprender y evolucionar
en compasión, en empatía, en perdón, etc., ante unas determinadas experiencias,
y esa evolución nos será de utilidad para cualquier otra experiencia, por
diferente que pueda ser, incluso favoreciéndose cada una de las cualidades en
virtud de la evolución de las demás, ya que son diferentes expresiones de lo
mismo, de amor y de sabiduría, y también tengo la percepción personal de que en
el nivel del alma no tenemos límites, porque realmente tampoco hay metas, ya
que lo importante es el propio camino, la propia experiencia.
¿Cómo
se puede perdonar lo imperdonable? Cuando experimentamos la vida desde el nivel
de la materia, de la víctima, del ego, es evidente que el rechazo que nos
provocan determinadas experiencias que vivimos pueden producirnos unas
reacciones de respuestas hostiles y de rechazo, no solo hacia las personas que
consideramos culpables, sino incluso hacia todo el colectivo que podemos creer
que representa la persona o personas que protagonizaron esa experiencia.
Pero
cuando entendemos que todo lo que sucede es exactamente lo que tiene que
suceder en nuestro proceso evolutivo del espíritu, porque todo lo que ocurre es
de acuerdo con la voluntad de Dios, y si Dios no quisiera que ocurriese, sería
imposible, si comprendemos que la experiencia en la materia es una escuela de
almas y que todos los eventos son oportunidades de aprender y evolucionar,
tanto para quien hace daño como para quien lo sufre, en ese momento cambia la
perspectiva, lo que hace que cambie el modo de percibir la experiencia, es
decir, vivimos una experiencia diferente cuando cambia nuestra perspectiva
sobre dicha experiencia.
Por
ejemplo, si hemos quedado para salir con alguien y esa persona no se presenta a
la cita, la llamamos y no nos responde, podemos imaginar muchas posibles
causas, que se pueden resumir en dos: no ha querido venir o no ha podido. En el
primer caso, podemos estar creando todo un complejo sistema de pensamientos en
los que culpabilizamos y condenamos a la persona. En el segundo, podemos estar
imaginando posibles motivos que le hayan impedido acudir a la cita. En el
primer caso surgirán en nosotros sentimientos de decepción, culpabilización,
enfado y rechazo. En el segundo podemos generar en nuestro interior
incertidumbre y ansiedad.
Sólo
cuando hemos adquirido suficiente sabiduría, la aceptación y el aprendizaje
cobran fuerza en nuestra evolución, comprendiendo que las hipótesis
imaginativas son muy poco útiles y que la realidad se nos presentará en el
momento que corresponda, siempre que nosotros hagamos todo lo necesario para
ello.
Nunca
podremos saber si los eventos de gran nivel de sufrimiento por los que pasa
otra persona los necesitaba como expiación de algún error cometido, ya sea en
esta vida o en vidas anteriores, es un proceso de aprendizaje por el que se ha
comprometido pasar en esta vida, o es un alma que se ha prestado voluntaria
para ayudar a alguien a través de sufrir esa experiencia traumática. Igualmente
puede ocurrir en el caso de personas que pudieran ocasionar ese sufrimiento.
Puede ser la continuación de una experiencia de vidas pasadas, puede formar
parte de su proceso de aprendizaje, o se ha podido prestar voluntaria para
hacer sufrir a alguien y ayudarle a evolucionar a través de esa experiencia de
víctima, un pacto de almas que se ayudan mutuamente en el camino de la
evolución. Ni siquiera solemos conocer todos los motivos que nos inducen a
actuar, ni porqué nos comportamos de determinada manera en ciertos casos. Por
todo ello, carece de sentido pretender creernos con la capacidad de poder
juzgar. Ya nos dijo el Maestro Jesús que no juzgásemos y que perdonásemos
siempre.
Pero
una cosa es no juzgar y otra cosa es comprender lo que está bien y lo que está
mal. Cuando juzgamos estamos analizando un hecho con la finalidad de condenar o
de perdonar desde una actitud de autoridad, incluyendo una carga emocional que
siempre está vinculada a la soberbia. La comprensión de lo que está bien y lo
que está mal, sin embargo, es un análisis y una valoración sin carga emocional,
siempre de acuerdo con el nivel de espiritualidad en el que nos encontremos,
con nuestro nivel de amor, por lo que el proceso de comprensión nunca es
absoluto, ya que nuestra evolución va modificando esta valoración del bien y
del mal, y si el proceso está impregnado de amor, acogeremos lo que esté en
nuestra sintonía, delimitaremos y tomaremos distancia con lo que no sintamos
afinidad, y el proceso del perdón se convertirá en comprensión amorosa de que
todo lo que ocurre es de acuerdo con la voluntad de Dios y que estamos
experimentando en una escuela de almas.
Por
tanto, el hecho de delimitar a personas, actividades, pensamientos, es el modo
de alejarnos de determinados caminos para poder transitar otros diferentes. Por
ejemplo, si estamos consumiendo alcohol en determinadas cantidades, se
producirán unas consecuencias, ya sean de salud, de relaciones, incluso se
pueden producir accidentes de consecuencias muy graves, tanto propias como en
otras personas. Es evidente que si queremos superar los efectos nocivos de este
consumo debemos delimitar, apartar de nuestra vida esta costumbre nociva, lo
que se traduce en evitar el consumo y apartarnos de las personas y
circunstancias que nos puedan incitar a volver a consumir. Esto es delimitar.
Este
proceso, en el que ya no se necesita ni siquiera perdonar, exige adquirir la
comprensión profunda de cómo funciona la escuela de la vida, tal y como se ha
explicado, ya que esta comprensión nos permite observar la realidad desde un
punto diferente, nos cambia la perspectiva y nuestra experiencia es
completamente diferente.
Veamos
un ejemplo aclaratorio. Supongamos que una persona sufre un grave accidente de
tráfico como consecuencia de haber conducido en estado de embriaguez, y que la
hace ser totalmente dependiente de los cuidados de sus familiares. Es evidente
que esta situación generará un gran debate interno, tanto en la persona
accidentada como en los familiares que quedan afectados por la responsabilidad
de su cuidado. En este debate es muy probable que pasen por las mentes de las
personas afectadas sentimientos de culpa, de rechazo, de rencor, procesos que
dificultan tener paz interior. Y son precisamente estas experiencias las que
más oportunidades de aprendizaje permiten.
Cuando
estamos vibrando en el nivel del ego, siempre se busca una compensación, por lo
que el perdón en el nivel del ego exige justicia, que no es otra cosa que
venganza, ya que se percibe una satisfacción oscura al ver sufrir al culpable
cuando paga por sus “pecados”. Sin embargo, cuando estamos en el nivel del
espíritu, el amor perdona automáticamente a nivel interno a través de la
comprensión, de la sabiduría, y ya no busca venganza, pudiendo perdonar setenta
veces siete veces.
En
el nivel del cuerpo físico, del instinto, la venganza es una cuestión personal.
Cuando estamos en el nivel de la mente, la venganza se ejerce a través de la
justicia en el nivel institucional. Estos dos niveles son los del ego, que solo
ve miedo, peligro, enfrentamiento y lucha. Pero cuando estamos en el nivel del
espíritu, se comprende la experiencia como una oportunidad de aprendizaje, se
agradece la oportunidad de evolución, se hace todo lo mejor posible y se deja
en manos de Dios el resultado y el camino que siguen los demás, haciendo uso de
la justicia solo con una finalidad de educación personal y de integración
social de la persona que ha actuado de forma equivocada.
Es
evidente que, cuando cambia nuestra experiencia sobre el determinado asunto,
todos nuestros procesos también cambian. Por ejemplo, si una persona salta en
paracaídas desde un avión porque ha tenido una avería y se va a estrellar, pasa
por una experiencia totalmente diferente que quien se tira en paracaídas como
diversión. El primer caso puede suponer un trauma que pueda acarrear durante
toda su vida y más allá, y en el segundo puede ser una experiencia emocionante
y placentera que desee repetir.
Cuando
estamos tan materializados que nos mantenemos en el nivel del cuerpo físico,
nos estamos guiando por el instinto, que sigue la ley de la naturaleza, donde
todo lo que se ataca, se defiende.
Cuando
estamos en el nivel de la mente, existe un condicionamiento social, ya sea por
cuestiones de cariño hacia “los nuestros” o como consecuencia de una educación
pasiva o de víctima, y pasamos a estar metidos en el papel de creernos mejores
personas que quien cometió el error, y el perdón se ejerce desde una sensación
de superioridad moral. “Perdono porque soy una buena persona, perdono, aunque
no te lo merezcas”. Este perdón de la mente, del ego, discrimina y perdona en
unos casos, pero no en otros.
Sin
embargo, si queremos llegar al nivel del perdón espiritual, el modelo cambia,
ya que manifestamos el amor universal, que es absoluto y llega al punto en el
que comprendemos que no es necesario ni siquiera pensar en perdonar, porque
comprendemos por qué y para qué estamos pasando por esas experiencias, que las
otras personas interactúan con nosotros como entrenadoras para desarrollar
nuestras virtudes espirituales, y que si hay algún sentimiento que deberíamos
tener hacia estas personas es el de comprensión y agradecimiento por las
oportunidades de evolución del alma.
Toda
forma de comprensión es gradual y, por tanto, también será gradual nuestra
capacidad de perdonar, por lo que carece de sentido pretender que podamos
alcanzar esta capacidad, ni cualquier otra, en un instante, porque podemos
comprender la teoría, pero es necesario ponerla en práctica hasta convertirla
en un hábito. Como es arriba es abajo, como es en el nivel del cuerpo físico,
es en el nivel mental y también en el nivel del alma.
Cuando
pasamos por una experiencia realmente dolorosa, hay preguntas que podemos
plantearnos a nosotros mismos, y de las respuestas que demos podremos extraer
las conclusiones que nos permitirán comprender hasta qué punto seremos capaces
de sostener nuestra paz interior y expresar el amor universal a pesar del dolor
desgarrador que podamos sentir. Preguntas del tipo ¿Desde qué nivel o
perspectiva puedo contemplar y experimentar esto que ha ocurrido para poder
mantener la paz interior a pesar del dolor? ¿Es posible que pueda perdonar
esto? ¿Cómo puedo hacer para perdonarlo?
Es
muy importante comprender la labor de las personas que nos entrenan en la
adversidad. Sin ellas sería imposible un desarrollo evolutivo, ya que, si no
hay oposición, no hay esfuerzo en el avance, y si no hay esfuerzo, no hay
mérito y no se produce desarrollo personal. A los entrenadores se les agradece
la oportunidad que nos han dado de poder evolucionar, y estas personas pueden
ser vistas como entrenadoras de nuestra evolución.
Cuando
estamos en el nivel de comprensión espiritual, la experiencia de la vida se
observa como un proceso de aprendizaje, y cada lección necesita que la vida nos
ponga los maestros correspondientes y los entrenadores necesarios que nos
faciliten el proceso. Así, por dolorosa que sea una experiencia, desde esta
perspectiva se desarrolla la mejor forma de comprensión de la realidad y, a
pesar del dolor de la experiencia, estamos en condiciones de abrirnos al
aprendizaje que nos aporta y a la transformación evolutiva que necesitamos de
acuerdo con esa nueva lección de vida. Desde esta forma de comprensión de la
realidad, que está en línea con las opiniones de científicos de primera línea
en la actualidad que son capaces de integrar la ciencia y la espiritualidad,
podemos imaginar la experiencia de la vida como quien ve una película, con la
que nos emocionamos, nos sobresaltamos, reímos y lloramos, pero sabemos que las
personas que aparecen en ella no mueren realmente, ni sufren las experiencias
que se muestran en pantalla. Igualmente, en la experiencia de la vida, lo que
muere y lo que sufre es la parte no espiritual de nuestra realidad, el
personaje que elegimos para poder representar el papel que nos han asignado en
esta película y que hemos accedido a interpretar.
Las
enseñanzas que nos muestra la vida siempre son perfectas para el nivel
evolutivo en el que nos encontramos, porque las leyes del universo hacen que
podamos aprovechar estas enseñanzas, siempre de acuerdo con nuestro nivel, es
decir, de acuerdo con nuestras necesidades de aprendizaje.
La
vida nos muestra que las experiencias suelen enseñar mucho más que las
palabras, ya que la mayoría de las personas nos encontramos en niveles
vibratorios medios o bajos, en los niveles del cuerpo físico o de la mente, en
el ego, y desde el ego no se comprenden las enseñanzas espirituales, ya que
todo se justifica, todos son excusas que rechazan esta sabiduría, por lo que la
vida se encarga de ponernos las experiencias que necesitamos como oportunidades
de ese despertar espiritual que es el que permite que logremos evolucionar
realmente.
Pero
cuando alcanzamos el nivel del alma, observamos las experiencias dolorosas
siempre como indicadores de esas carencias sobre las que debemos incidir en
nuestro camino evolutivo. El dolor existirá, pero la actitud ante este dolor
será totalmente diferente, al igual que ocurre con un deportista, que tiene que
esforzarse al máximo en sus entrenamientos para lograr alcanzar el nivel que
desea. El deportista no se queja porque el entrenamiento sea duro, ya que sabe
que es necesario para su progreso, y agradece cada gota de sudor, cada dolor
consecuencia del esfuerzo, cada sensación de agotamiento, porque sale que es el
precio que tiene que pagar para conseguir superarse a sí mismo.
Cada
información que nos llega podríamos compararla con una lección de vida. Cuando
a un niño de primer curso se le intenta explicar contenidos del último curso,
es difícil, por no decir imposible, que pueda comprenderlos correctamente, ya
que para entender parte de la información es posible que necesite otra
información previa de los cursos anteriores. Podríamos decir entonces que esa
información todavía no es para él, aún no está preparado, necesita pasar por
los cursos intermedios. Esto no quiere decir en ningún momento que haya unas
personas que sean mejores o peores, como no es mejor o peor un niño de primer
curso en comparación con un niño de último curso, sino que están en diferentes
puntos del camino, y que es necesario dar los pasos que cada cual necesita para
alcanzar cada una de las metas de nuestro proceso evolutivo. Así, cuando se
imparte una conferencia o se comparte un texto, como en este caso, es
importante que comprendamos que es posible que algunos de los contenidos pueden
ser nuevos, extraños, incluso sorprendentes para quien los escucha o lee, o que
haya personas que no puedan entenderlos inicialmente. En ambos casos podrán
llegar a comprenderlos a través de la apertura de mente y la atención
interesada, incrementando así la información que tendrán disponible y
contribuyendo a su transformación interior, a su evolución. También habrá otras
personas que lo rechazarán de plano, sin siquiera pararse un momento a
analizarlo. Para estas personas les pido perdón, porque no puedo saber qué
información previa tiene quien lee estas páginas. También puede ocurrir que yo
esté equivocado, que esta información sea absurda e incoherente. Si es así,
también pido perdón, porque todos estamos en nuestro punto del camino y consideramos
nuestra información verdadera, y en este caso me he atrevido a compartirla a
través de este texto, sabiendo claramente que no estoy en posesión de la verdad
absoluta, pero que esta es la mejor aproximación que puedo compartir de “mi
verdad actual”. En mi caso, cuando encuentro algún texto que me plantea dudas,
que me aporta información que va en contra de mis ideas y conceptos actuales,
valoro la posibilidad de tirarlo a la basura o de leerlo con mayor atención.
Siempre lo tiro a la basura cuando he leído cuatro páginas que incluyen gran
cantidad de información con la que no estoy de acuerdo porque la he superado
con otra información superior, es decir, que puedo rebatir esta información de
un modo razonado. En caso contrario, me digo a mí mismo que puedo estar
teniendo una oportunidad maravillosa de aprender algo nuevo, de evolucionar,
sin necesidad de pasar por experiencias dolorosas o desagradables que me puedan
ayudar a comprender esta información que tan cómodamente tengo la posibilidad de
adquirir a través de la simple lectura y comprensión de lo que se me brinda.
Pero no siempre es posible, porque no siempre estoy preparado para comprender
esa información. Por ejemplo, la física cuántica me parece cautivadora, pero no
estoy preparado para poder comprender la parte matemática. Necesitaría estudiar
en profundidad las bases en las que se sustenta, pero no deseo invertir tiempo
y esfuerzo en eso, y me quedo con las conclusiones filosóficas que aporta. Con
mi coche ocurre lo mismo, no me pongo a estudiar cómo funcionan el motor y los
demás cachivaches que hay debajo del capó, me voy a lo esencial, es decir, me
subo al coche, arranco y conduzco.
En
resumen, lo que yo hago es aprovechar lo que me presenta la vida en cada
momento, valorando el esfuerzo y la utilidad que me supone, intentando ser
feliz y eficiente, y en ese orden. Por eso, no puedo saber si esta información
que comparto puede ayudarte al ser más feliz y eficiente, es algo que solo tú
puedes descubrir, pero puedo testimoniar que yo sí me he sentido feliz durante
el proceso, y que fruto de la investigación realizada, considero que ahora soy
un poco más eficiente que antes.
El
sufrimiento es el proceso de la mente de aferrarse al dolor. A partir de que
entramos en el nivel del alma, el sufrimiento desaparece. Podrá seguir el
dolor, pero ya no existe un bloqueo ni limitación duradera relacionada con ese
dolor, porque se entiende como un proceso pedagógico del universo para
favorecer nuestra evolución, y lo aprovechamos de mejor modo en nuestra experiencia
de vida.
El
sufrimiento es la resistencia a la realidad, la oposición y rechazo a lo que
ocurre, que se desarrolla en el nivel de la mente, como consecuencia de que no
comprendemos la finalidad de esta experiencia. Por tanto, el sufrimiento es un
indicador que nos avisa de que podemos cambiar nuestro modelo de comprender e
interpretar la realidad que nos permita recuperar la paz interior,
transformarnos y evolucionar, aproximando cada vez más nuestra voluntad a la
voluntad de Dios. Esto no significa en ningún momento que las experiencias y
sucesos que generan sufrimiento en las personas estén alineadas con la ley del
amor, es evidente, pero sí que puedo afirmar con rotundidad que son revulsivos,
experiencias que revuelven, revolucionan nuestros estados de estancamiento,
nuestra zona de confort-pereza-resignación, y nos facilitan buscar soluciones y
transformar nuestra realidad y, por ende, contribuir a transformar el mundo.
El
dolor es un proceso que se manifiesta en el nivel físico, y el sufrimiento se
manifiesta en el nivel mental. En el nivel del alma existe la ignorancia, pero
no el sufrimiento, y los espíritus desencarnados que sufren es como
consecuencia de haberse quedado aferrados a los niveles físico o mental.
Un
modo de entender que estamos avanzando en el proceso evolutivo del alma es que,
según avanzamos, el tiempo que tardamos en recuperar la paz interior es cada
vez menor. Esto supone que existe un desarrollo de la comprensión espiritual y
un entrenamiento que permite que se consolide.
Una
de las preguntas más trascendentales de la vida es “¿Quién o qué soy?” y
podemos responder que somos un cuerpo que nace, crece y muere, sin ningún
objetivo más allá de intentar prolongar la supervivencia todo lo posible. Pero
también podemos responder que somos un alma inmortal que está experimentando la
vida material a través de un cuerpo físico. Una u otra respuesta le dan un
sentido a la vida muy diferente en cada caso, y solo depende de nosotros
decidir cómo deseamos experimentar la realidad en la que nos movemos.
La
realidad física es una escuela de almas y los cuerpos físicos son herramientas
temporales que utilizamos para poder aprender. Por tanto, carece de sentido
pensar que Dios pueda tener algún interés en preservar los cuerpos físicos, y
la prueba está en que todo lo material se transforma, se degrada y se reintegra
en un ciclo sin fin.
Uno
de los grandes retos que nos plantea la vida es que las circunstancias y las
experiencias por las que pasamos no necesariamente son aquellas para las que
estamos preparados. Si analizamos la experiencia de la vida como un colegio de
almas, podemos comprender que al colegio se va para aprender lo que se ignora y
para demostrar, a través de las pruebas y exámenes, que se han logrado aprender
las lecciones que necesitábamos para superar cada asignatura y cada curso.
Comprendiendo esto, podemos entender que la escuela de la vida es igual, y que
todos los obstáculos que nos surgen y para los que no nos sentimos preparados,
no son otra cosa que las lecciones que necesitamos para poder lograr ese
aprendizaje, y esa evolución, que podremos verificar a través del autoexamen,
nos permite comprender que hemos logrado aprender estas lecciones, y cuando la
vida nos ponga de nuevo estos retos ante nosotros, lograremos superarlos desde
la paz interior, expresando amor universal y experimentando felicidad profunda.
Cuando
observamos la experiencia encarnada como una oportunidad de aprendizaje para el
alma inmortal estamos comenzando a transitar nuestro sendero desde el nivel del
alma. Sin embargo, al observar la experiencia de la vida desde el nivel del ego
es indudablemente una experiencia con mucho sufrimiento, pero cuando la
observamos desde el nivel del alma entramos en el ritmo de la paz interior y la
evolución espiritual, que son dos cualidades que se van retroalimentando
mutuamente, la paz interior logra evolución espiritual, que genera más paz
interior, que genera más evolución espiritual, etc. Es el círculo virtuoso del
camino hacia Dios.
A
través de reírnos de nuestros propios errores, generamos una vibración positiva
que siempre contribuye a mejorar la situación, a quitarle importancia a
nuestros errores, pero a aprender de ellos desde un enfoque positivo de la
vida.
No
hay que desanimarse por el hecho de que estemos cometiendo errores,
comprendamos que son consecuencia de nuestra ignorancia, que los cometemos
porque aún no sabemos, por lo que son necesarios, ya que nos están aportando
las lecciones que necesitamos en nuestro proceso evolutivo, porque aún no
estamos preparados para comprender otras lecciones más avanzadas. Somos alumnos
de primer curso y no podemos pretender recibir lecciones del último curso hasta
que no acabemos las que tenemos en este momento.
La
evolución espiritual se desarrolla de forma individual, lo cual permite que
pueda influirse en los demás, ayudándoles también a poder evolucionar gracias
al ejemplo positivo. Es evidente que también pueden ayudar los ejemplos
negativos, ya que nos muestran caminos que conviene evitar, pero también está
claro que es mucho mejor el ejemplo de lo que hay que hacer, de cómo
comportarse, que todos los ejemplos de lo que no hay que hacer, de cómo no
comportarse, porque el ejemplo positivo nos enfoca directamente por el camino
correcto, mientras que los ejemplos negativos simplemente nos muestran uno de
los miles de caminos que no nos llevan en la dirección que necesita nuestro
espíritu.
Cuando
expresamos el perdón de forma condescendiente y de superioridad, es el ego el
que se expresa, pero cuando estamos en el nivel del alma, ya no es necesario
perdonar, porque sentimos y expresamos la aceptación de la realidad.
Desde
el ego solo se aprecia la parte oscura de la realidad, los problemas, los
riesgos, las dificultades, los enemigos; sin embargo, desde el alma se aprecia
todo desde el brillo luminoso del amor, de modo que la parte oscura la
aprovechamos para aprender y evolucionar, y la iluminamos con nuestra
intervención, con nuestra iniciativa, con nuestra aportación, de acuerdo con
nuestra mejor versión; y la parte luminosa, que desde el ego no se podía ver,
podemos aprovecharla y disfrutarla, y es ahí donde podemos experimentar la
felicidad profunda, no como objetivo, sino como consecuencia natural de
mantener la paz interior y expresar el amor universal en cada momento y lugar.
Cuando
nos encontramos en el nivel del ego, si hay dos personas que piensan igual, es
que una de las dos no piensa. Pero cuando logramos elevarnos al nivel del amor
y de la sabiduría, al nivel del alma, todas las personas necesariamente
tendemos a pensar y sentir del mismo modo, porque todo converge hacia el bien, tanto
individual como colectivo.
El
ego quiere tener siempre la razón, lo cual significa que no busca la verdad y,
como decía la Gran Maestro Jesús, solo la verdad nos hará libres, por lo que
tenemos que liberarnos del ego para alcanzar la libertad. El ego es como un
caballo que queremos montar. En el nivel de la ignorancia, el ego es como un
caballo salvaje y peligroso, que nos puede provocar serias dificultades, pero
según vamos evolucionando en sabiduría, vamos controlándolo mejor, y nos ayuda
a llegar más rápido a nuestro destino. Por tanto, liberarnos del ego no
significa destruirlo, ya que forma parte de nuestra naturaleza en los niveles
físico y mental, lo que podemos hacer con el ego es observarlo desde el nivel
del espíritu, controlarlo y aprovecharlo como herramienta necesaria que Dios ha
puesto a nuestra disposición para ayudarnos a evolucionar.
La
ignorancia es una etapa del nivel del alma en la que se manifiesta el
sufrimiento en el nivel mental. Sin embargo, también es un proceso compasivo
que nos regala a Dios, ya que el desconocimiento de los errores del pasado y de
las pruebas del futuro nos ayuda a centrarnos en la aventura del presente, en
las enseñanzas que la vida nos muestra en este momento, evitando los lamentos
por las culpas pasadas y la ansiedad ante una infinita experiencia de pruebas
sucesivas. Pero cuando entendemos que las culpas del pasado, en realidad son
los errores de la ignorancia, y que nuestro proceso de aprendizaje nos ayuda a
superarlos, y cuando comprendemos que el futuro infinito va a estar lleno de
oportunidades para poder experimentar felicidad, esta ignorancia se va
diluyendo por medio de la sabiduría que vamos adquiriendo en esta comprensión
de la realidad de la vida, lo que nos impulsa a recordar el pasado con cariño,
porque nos ha regalado la sabiduría que hoy tenemos, experimentar el presente
con la máxima ilusión de seguir entendiendo las enseñanzas que la vida nos
muestra, y confiar en el futuro, porque lo vamos construyendo desde el
presente, y nosotros somos los únicos protagonistas en este camino de luz.
El
proceso de descubrimiento parte desde la ignorancia, que genera escepticismo y
rechazo. A través de la comprensión paulatina, que en la mayoría de las
ocasiones tiene que pasar por el sufrimiento de no aceptar la realidad, a
través de esa comprensión progresiva, se comienza dudando de nuestros modelos,
lo que nos abre la puerta a poder investigar, comprobar y verificar,
elevándonos a un nuevo nivel de comprensión, porque esa verificación nos
permite tener la certeza de que la nueva información supera a la anterior. Y si
comprendemos que estamos inmersos en un proceso infinito de evolución, podremos
asumir que esta nueva certeza no tiene por qué ser la verdad absoluta, y nos
mantendremos abiertos a las nuevas enseñanzas que nos aporte la vida, ya que,
desde este nuevo aprendizaje adquirido, cambia nuestra perspectiva y nos da la
posibilidad de poder adquirir nuevos aprendizajes que antes ni podíamos
imaginar. Es el infinito proceso de conocernos a nosotros mismos.
Es
evidente que, si nos posicionamos en el rol de víctimas, el ego dirigirá
nuestros procesos, que serán necesariamente de rencor, de culpabilización y de
sufrimiento. Desde el papel de víctima solo es posible acceder a perdonar de
forma superficial, es decir, una represión de la venganza que realmente no es
perdón, manteniendo una percepción de culpable-inocente, y justificando este
perdón desde una supuesta superioridad moral, es decir, “como soy bueno,
perdono a este desgraciado, aunque no se lo merezca, pero ya lo castigará Dios…
y me alegraré de ello”. Desde esta visión, seguimos pensando que esa persona es
culpable y merece un castigo, y nosotros somos víctimas y merecemos una
compensación. En este no-perdón-real, o perdón superficial, nunca podremos
recuperar la paz interior porque, incluso si esa persona hubiera tenido una
respuesta de la vida, de acuerdo con la ley de causa y efecto, tendríamos la
oscura satisfacción de la venganza y seguiríamos en el modelo “perdono, pero no
olvido”. Pero si además mantenemos la creencia de que esa persona ha salido
indemne de su mala acción, seguiremos alimentando un rencor interno que ansía
la venganza y desea que se cumpla la justicia, creyéndonos en mejores
condiciones que Dios a la hora de decidir cuándo le corresponderá recibir el
aprendizaje que pudiera necesitar para su evolución.
Esto
nos lleva a entender que, desde ese papel de víctima que hemos decidido
adoptar, el perdón superficial supone un esfuerzo de comprensión mental, y no
un proceso de comprensión espiritual, por lo que habrá determinadas cosas que
podremos perdonar, pero otras no, ya que el ego, en el nivel de la mente,
seguirá torturándonos, juzgando y señalando con odio a quien considere culpable
de las injusticias que consideramos imperdonables, y manteniendo en nuestro
interior un rencor y un sufrimiento que nos irá comiendo por dentro y no nos
permitirá experimentar la paz interior.
Sin
embargo, si entendemos que la experiencia de la vida encarnada es una escuela
de almas y que todas las experiencias por las que pasamos han sido previstas y
acordadas por la espiritualidad superior, o incluso por nuestra propia alma, ya
que son necesarias para el cumplimiento de este proceso de aprendizaje, y si
una vez que somos capaces de comprenderlo a nivel mental, desarrollamos el
proceso de comprensión espiritual, podremos alcanzar un éxtasis que nos
permitirá darle una importancia muy relativa a las experiencias de este mundo,
pero una valoración muy importante a las enseñanzas que podemos extraer de
estas experiencias, por lo que cada vicisitud que nos quite la paz será
comprendida como una oportunidad de aprendizaje, y analizada de forma que podamos
aprovecharla en toda su dimensión.
Por
tanto, todo lo que nos sucede tiene una finalidad de aprendizaje, una finalidad
evolutiva, por lo que no tenemos que ser culpables de nada para que nos ocurra
algo desagradable, sino que, en la escuela de la vida, lo mismo llueve para
justos que para injustos, y si somos capaces de aprender la lección que nos
aporta la experiencia, quedará superada y no será necesario volver a pasar por
ella, y menos desde el sufrimiento. Cuando entendemos esto, el modo de percibir
la experiencia cambia, porque tenemos una perspectiva ampliada, lo cual
facilita nuestra capacidad de perdonar.
La
aceptación es la adaptación a lo que ocurre por medio de la comprensión de los
procesos de la vida como escuela de almas, que tiene un plan perfecto para
todas ellas.
El
desarrollo espiritual puede manifestarse únicamente cuando se produce la
comprensión desde el punto de vista del amor universal, y puede ser como
consecuencia de una experiencia personal directa, pero también de una
experiencia indirecta, como por ejemplo un suceso que le pueda haber ocurrido a
un ser querido, o a una persona desconocida, o por una enseñanza adquirida por
la información que nos aportan personas, libros, historias reales o ficticias
y, cómo no, nuestra propia imaginación. Pero la información que nos llega es
una cosa y la comprensión y transformación interna que hacemos como
consecuencia de esa información es lo que realmente cumple el proceso evolutivo
del que estamos hablando, y para que se produzca esta comprensión y esta
transformación son necesarias siempre la atención y la intención, la atención
para poder enfocarnos en las informaciones, y la intención, que es el
ingrediente imprescindible para poder aprovechar cualquiera de los regalos que
la vida nos da.
Es
evidente que mientras estamos en la etapa de ignorancia y sufrimiento, la
evolución es muy lenta, y cuando ya hemos entrado en el nivel de comprensión
espiritual, se multiplica la velocidad. Es exactamente igual que ocurre en el
colegio y en la universidad. En la universidad se aprende mucho más rápido,
pero es necesario haber pasado por el colegio, donde se aprende a través del
juego, del aprendizaje elemental, para poder estar en condiciones de comprender
los conocimientos más complejos.
Según
se va avanzando en cualquier capacidad, la velocidad evolutiva se va
incrementando. Por ejemplo, la evolución científica de la humanidad en el siglo
XX ha multiplicado con creces todo el conocimiento adquirido en todos los
milenios anteriores, y en lo que llevamos del siglo XXI ha superado claramente
a todo el siglo XX. También ocurre lo mismo con cualquier proceso de
aprendizaje y evolución, tanto individual como colectivo.
El
nivel evolutivo del alma no está relacionado necesariamente con la cantidad de
libros que se han estudiado, ni tampoco con la inteligencia. Hay personas muy
inteligentes, que han acumulado una tremenda cantidad de información, pero que
no saben nada de las cuestiones del alma, y hay personas que, sin ningún
conocimiento académico, incluso personas analfabetas, han sido capaces de
desarrollar unos niveles de comprensión espiritual a través de la experiencia
de la vida, que les ha permitido hacer florecer las semillas de paz interior y
amor universal que podían tener plantadas en sus almas, incluso antes de
encarnar en el cuerpo físico actual. Es cierto que el conocimiento, la
acumulación de información verdadera, es una excelente herramienta que favorece
nuestra evolución, pero ni es necesaria ni es suficiente para conseguirlo
porque, a pesar de estar totalmente interrelacionadas las manifestaciones
física, mental y espiritual, existen muchas combinaciones diferentes que
facilitan el avance evolutivo del ser.
Los
pactos evolutivos de las almas se establecen antes de nacer o encarnar, pero se
siguen reajustando de acuerdo con las transformaciones que vaya haciendo ese
ser a lo largo de la vida. Así, si una persona tiene establecido que pueda
morir de un modo violento para poder aprender de esa experiencia, si a lo largo
de la vida ha logrado alcanzar ese aprendizaje por otras vías, la muerte
violenta ya no se producirá, porque ya no será necesaria. Igualmente puede
ocurrir que esa muerte violenta tenga la finalidad de transmitir una serie de
enseñanzas a sus seres más próximos, es decir, que si esa alma se ha prestado
voluntaria para poder ayudar a estas personas a través de semejante
experiencia, en el caso de que estas personas logren evolucionar previamente, esta
experiencia pactada ya no será necesaria, por lo que no se producirá. A través
de este último ejemplo podemos comprobar la importancia que puede tener nuestra
propia evolución en relación con las demás personas. De hecho, nunca se podrá
saber hasta qué punto nuestra experiencia de vida podrá servir como ejemplo,
bueno o malo, a gran cantidad de personas que ni siquiera conozcamos, ya sea
por observación directa o por transmisión de estos ejemplos a través de otras
personas. Por ejemplo, podemos estar actuando de un modo desconsiderado con
nuestra pareja o nuestros hijos en nuestro hogar, nuestros hijos pueden copiar
estos comportamientos y actuar del mismo modo fuera de casa, logrando crear una
cadena de sucesos desagradables, aunque necesarios. Pero, si en lugar de eso,
nuestros actos son comprensivos y amorosos en el seno familiar, nuestros hijos
podrán conocer caminos correctos que poder transitar, creando de esta manera
una cadena diferente de sucesos, en este caso agradables y amorosos. Somos
responsables de nuestra irresponsabilidad, y la ley de causa y efecto se
manifestará en nuestra vida, por lo que es mejor disponer de la información
adecuada que nos permita tomar decisiones correctas que nos lleven por los
caminos del amor y de la sabiduría.
Si
observamos desde el nivel del alma cualquier suceso, por desagradable, cruel o
doloroso que pueda parecer, podremos comprender que siempre, siempre,
proporciona oportunidades de aprendizaje y evolución a todas las personas
involucradas, ya sea de forma directa o indirecta, ya sea que vivan
personalmente la experiencia o que la conozcan por otros medios. Cuanto más
elevado sea nuestro nivel de comprensión espiritual, más perspectiva tendremos
ante las experiencias de la vida, y este cambio de perspectiva logra una
comprensión más profunda de los motivos por los que se manifiesta la voluntad
de Dios de esta manera, así como un mejor aprovechamiento de estas experiencias
y, por tanto, un más rápido aprendizaje, lo cual nos permite demostrar que
según vamos elevando nuestro nivel de comprensión espiritual, nuestra
conciencia y nuestra consciencia, también aumenta la velocidad con la que
evolucionamos.
Aquí
podemos comprender que, gracias a esta evolución espiritual, vamos
transformando nuestras experiencias de sufrimiento en otras diferentes, donde
se manifestará la comprensión y la paz interior, y se logrará la evolución.
Para
poder alcanzar la consciencia de nuestro nivel del alma, un paso fundamental es
reconocernos como tales, no desde el nivel teórico, sino desde la verificación
consciente de nuestra realidad no física, es decir, que mientras nos
comprendamos y nos sintamos cuerpos físicos o mentes, nuestros niveles de
comprensión y nuestras experiencias estaban ligados a estos niveles. Es
necesario un proceso consciente que nos facilite llegar a esta nueva
comprensión, que va más allá del pensamiento y del sentimiento, de las
emociones y de los actos, pero que los incluye e integra, para permitir
expresarnos desde este nivel más elevado. Así podemos comprender que todo está
integrado, y que la expresión de nuestra alma es un proceso que afecta e
incluye a los demás niveles.
Cuando
logramos crecer sin sufrir es porque ya hemos comprendido cuál es el camino
correcto, y entonces el crecimiento, la evolución, es mucho más rápida.
Podemos, por tanto, deducir que el sufrimiento dificulta el crecimiento,
dificulta la evolución, porque es el rechazo y la resistencia de nuestra mente
ante la realidad, ante lo que sucede, y si comprendemos que lo que sucede
siempre es de acuerdo con la voluntad de Dios, podemos comprender que estamos
rechazando su voluntad. Esto no significa que tengamos que permanecer
impasibles ante la realidad, al contrario, nuestra participación también forma
parte de la voluntad de Dios, pero si nuestra participación es sabia y amorosa
tiene unos efectos, unos resultados, muy diferentes a los que tendríamos si
actuásemos desde la ignorancia y el miedo, y ambas posibilidades forman parte
de nuestro libre albedrío, que también es la voluntad de Dios. Uno de los motivos
por los que el avance no se puede dar desde el sufrimiento es porque el
sufrimiento es la respuesta mental a nuestros errores, a que hemos cogido
caminos incorrectos, por lo cual tenemos que desandar lo andado para poder
encontrar el camino correcto o, dicho de otra forma, tenemos que compensar los
errores cometidos, aprender de ellos el modo en que NO se deben hacer las cosas
y seguir investigando y descubriendo los caminos correctos de nuestra
evolución.
Mientras
estamos inmersos en el sufrimiento, nuestra vibración baja, y la recuperación
necesaria para volver al estado previo forma parte también de la compensación
de los errores cometidos. Esto se traduce en hacer las paces con quien hemos
discutido, reparar los daños ocasionados, corregir los problemas generados.
Cuando así actuamos, estamos expresando amor y sabiduría, y nuestra vibración
se eleva bastante por encima de donde se encontraba inicialmente, porque hemos
demostrado a la chispa de Dios que vive en nosotros que hemos sido capaces de
aprender la lección que la vida nos había presentado.
Por
todo ello, podemos comprender que los errores son tremendamente necesarios para
hacernos conscientes de las lecciones de vida que tenemos que aprender, que son
las grandes oportunidades que tenemos para poder evolucionar, y por ese motivo
nos encontramos con la prueba de obstáculos de esta experiencia encarnada, que
nos muestra, lección a lección, todas las asignaturas que necesitamos superar
para poder cumplir con nuestro compromiso evolutivo, con nuestro destino en
esta encarnación.
El
sufrimiento es el camino lento que nos ayuda a vivir la vida sin sufrimiento,
porque nos acaba llevando hacia la comprensión de esta escuela de almas que es
la vida encarnada, que es el factor que transforma de un modo fundamental la
experiencia de la vida y el aprovechamiento que de ella extraigamos. Pero el
camino rápido es la observación consciente de esta comprensión sin necesidad de
sufrimiento, nos ahorramos toda la etapa de sufrimiento y el desgaste
energético que ello supone. Por tanto, podemos entender que el único camino
para la evolución es una comprensión y el aprovechamiento de la vida, al que se
llega a través de la saturación de sufrimiento o de la observación consciente. Pero
alcanzar este nivel de consciencia requiere de un trabajo evolutivo que se basa
en experimentar la vida desde el nivel de la ignorancia, ya que la observación
consciente solamente puede comenzar cuando se ha alcanzado un mínimo nivel de
sabiduría. Esta fase de ignorancia no se puede evitar, ya que es imprescindible
para apreciar el valor de la sabiduría, al igual que no se puede valorar la luz
si no se experimenta su ausencia. El conocimiento de los opuestos nos permite
entender el camino. Eso es comer el fruto del Árbol de la Ciencia del Bien y
del Mal que se nos muestra en el Génesis de la Biblia. Pero en el jardín del
Edén también estaba el Árbol de la Vida, que es la comprensión espiritual del
proceso del alma inmortal y su aplicación en la experiencia del día a día, en
la experiencia de la vida. Estos son los dos caminos por los que tenemos que
pasar, y como tenemos que comenzar desde el nivel de la ignorancia, podremos
afirmar con rotundidad que el sufrimiento es el precio que tenemos que pagar
por el crecimiento (comer del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal), hasta
que llegamos a adquirir el suficiente nivel de amor y de sabiduría, también
llamada comprensión espiritual, que ya no es necesario sufrir en el proceso
(comer del Árbol de la Vida).
Hasta
que no superemos la etapa de sufrimiento, de ego, no podremos entrar en la
etapa de crecimiento espiritual. Veamos porqué ocurre esto.
El
sufrimiento es el sentimiento que se origina cuando nos resistimos a la
realidad, a lo que ocurre, no aceptamos la voluntad de Dios, lo que
evidentemente es una manifestación de ignorancia. El crecimiento espiritual,
por el contrario, se basa en la comprensión y aceptación de la realidad, de la
voluntad de Dios.
En
el plano encarnado tenemos la posibilidad de poder subir o bajar nuestra
vibración, de acuerdo con nuestro nivel de consciencia. Esto nos permite poder
evolucionar de un modo mucho más rápido cada vez que aprovechemos las
oportunidades de aprendizaje y lo integremos en nuestro archivo de la
conciencia que tiene el alma inmortal.
El
sufrimiento hace que baje nuestra vibración, por lo que nuestra capacidad de
comprensión de la realidad se hace más limitada. Esta bajada de vibración no
significa involución, sino estancamiento por una falta de comprensión que nos
impide mantenernos en el nivel de vibración elevada. Cuando ya hemos superado
esta fase, el sufrimiento no nos frena, esta parte de ignorancia queda superada
y la evolución continúa.
Perdonar
todo, perdonar siempre, hasta setenta veces siete veces, es imposible si
estamos invadidos por el rencor, por la ira, por el miedo, en resumen, cuando
no aceptamos la realidad, porque nos dejamos guiar por el ego. Necesitamos
cambiar nuestra perspectiva para poder lograrlo, y solo puede cambiar nuestra
perspectiva si tomamos la decisión, clara y consciente, de utilizar el filtro
del amor en la comprensión de todas las experiencias.
Cuando
hay algo que nos quita la paz, el mejor modo que conozco para gestionarlo tiene
tres fases:
-
Identificarlo,
hacernos conscientes de qué es lo que nos está quitando la paz.
-
Quitarle
la importancia que le estamos dando para que nos quite la paz, y para ello no
hay nada como ponerle humor a esta experiencia, reírnos de nuestras reacciones
infantiles que estamos aprendiendo a superar.
-
Agradecer
y aprender de la experiencia para que no nos vuelva a afectar de ese modo. Esto
se logra definiendo la nueva forma de comprender esa realidad, lo cual se logra
cuando cambiamos nuestra perspectiva, nuestra forma de entender la realidad.
A
través de este proceso se puede evitar la experiencia del sufrimiento por la
culpa, el auto juicio condenatorio o la perspectiva de la pobre víctima
inocente. Podemos adquirir el valor de tomar las riendas de nuestra propia
vida, en lugar de sentirnos marionetas que se mueven al compás de lo externo. A
través de este proceso podemos analizar la vida desde un punto de vista
protagonista, donde elegimos de forma consciente cada paso que damos, la
dirección que tomaremos en cada cruce que encontremos en la senda de la vida, y
nos haremos responsables de nuestras decisiones, aprovecharemos lo agradable,
para disfrutarlo, y lo desagradable, para transformarlo, aprender y
evolucionar. Así, lo que nos sale bien es una contribución y un posible ejemplo
que podemos aportar a la vida, y lo que no nos sale bien siempre puede ser una
enseñanza para nosotros que nos permita mejorar para la siguiente ocasión.
Cuanto
más sumergidos estamos en la ignorancia, más discrepamos en las opiniones entre
unos librepensadores y otros, y cuanto más avanzamos en sabiduría, más nos
aproximamos. Es como la metáfora de la margarita, en la que la sabiduría
suprema, Dios, está en el centro de la flor y cada persona somos un pétalo.
Cuanto más cerca estemos de Dios, más cerca estaremos también de las ideas y
opiniones de los demás, y cuanto más lejos estemos de Dios, más nos alejaremos
entre nosotros. Esta idea y esta metáfora solo influyen positivamente sobre las
almas librepensadoras, buscadoras de la verdad, ya que las seguidoras de
doctrinas, religiones, ideas ajenas, forman un bloque pesado, duro y compacto
que radicaliza, dificulta avanzar, captar ideas nuevas y evolucionar en
libertad.
Hay
un momento en el proceso evolutivo a partir del cual hemos alcanzado un nivel
de sabiduría suficiente como para no necesitar evolucionar a través del
sufrimiento, y es cuando hemos comprendido y decidido seguir el camino del
amor.
Parece
ser que los espíritus elevados eliminan de sus recuerdos de experiencias
encarnadas casi todo vestigio de las etapas de sufrimiento, como consecuencia
de haberlas superado, del mismo modo que las personas que sabemos escribir
hemos olvidado los detalles del proceso por el que aprendimos a hacerlo. Sin
embargo, cuando todavía estamos aprendiendo una determinada lección, la mayoría
de los procesos educativos los recordamos, ya que son necesarios para procesarla
completamente. Esta idea nos puede facilitar la comprensión de que, si todavía
recordamos algún hecho doloroso, traumático, etc., en la mayoría de los casos
es porque no lo hemos superado, y podemos saber que es así porque nos quita la
paz. Pero si hay alguna de estas experiencias que las recordamos, pero no nos
quitan la paz, es porque son lecciones aprendidas que podemos transmitir a
otras personas.
De
nada sirve darle a una persona todas las herramientas si no sabe utilizarlas y
por eso, la vida nos ayuda a hacernos dignos de emplear las herramientas que
son nuestras capacidades, y que se mantienen como semillas, esperando que se
den las circunstancias propicias en nosotros mismos para desarrollarse, a
través del aprendizaje de la adversidad o de la enseñanza, según elijamos el
camino del dolor o el camino del amor.
Más
información:
La terapia del perdón
(conferencia y libro)
Investigación MyE. Hub
de Sabiduría Espiritual para la Vida
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