La Terapia del Perdón. Ordena y canaliza tu luz

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Análisis y conclusiones personales extraídas del vídeo público “Ordena y canaliza tu luzhttps://youtu.be/b_UUK3Wce5s

Autor de este análisis: Vicente Lumbreras

E-mail: vicentelumbrerasm@gmail.com

Fecha: 25/11/2024

 

Título de la publicación donde está previsto incorporar estos contenidos:

LA TERAPIA DEL PERDÓN

Perdonarnos, perdonar y pedir perdón

El camino para sentir paz interior, expresar amor universal y experimentar felicidad profunda

 

Nota: este texto está desarrollado de acuerdo con los contenidos sugeridos según se analizaba el vídeo de referencia y NO constituye un resumen del mismo.


Somos cocreadores de la realidad. Nuestras energías, de alta o baja vibración, de luz o de oscuridad, intervienen en el proceso.

La experiencia humana se basa en compartir. Toda la información que nos llega nos carga de la responsabilidad de gestionarla adecuadamente. Nunca en la historia de la humanidad se ha tenido la oportunidad hasta ahora de poder acceder a la información de un modo tan sencillo, amplio y cómodo. Sin embargo, la información no tiene por qué ser sabiduría, ya que hay información cierta e información falsa, y cada persona tiene la gran responsabilidad de tener que discernir con qué información se queda. Esta responsabilidad nos lleva a la consecuencia de que podemos elegir la sabiduría o la ignorancia, la luz o la oscuridad, el bien o el mal. Es el momento en el que podemos comer del árbol de la ciencia del bien y del mal en cantidades inconcebibles hasta ahora. Y todas las oportunidades implican responsabilidad, y todas las responsabilidades tiene consecuencias de acuerdo con las decisiones que se toman. Así, podemos comprender el gran regalo del libre albedrío que nos da Dios para poder elegir su camino de un modo voluntario, ya que es la única forma de saber apreciarlo en toda su dimensión. Es cierto que la evolución tenemos que ganarla con el sudor de nuestra frente, y eso es lo que realmente tiene mérito, porque solo valoramos lo que cuesta.

La gran cantidad de energía que la humanidad está siendo capaz de canalizar implica una gran responsabilidad, porque es necesario organizarla de tal modo que nos permita mantenernos avanzando, evolucionando, en equilibrio, por el llamado camino de en medio. 

En el nivel espiritual, al igual que en cualquier otra faceta del saber humano, la comunicación se sostiene de un modo muy importante en las palabras, y una de las manifestaciones de la Torre de Babel es, precisamente, en que damos diferentes significados a las palabras, y discutimos y luchamos y matamos por ellas. Por ello, hago lo posible porque los significados queden perfectamente definidos, y para ello mantengo mi diccionario personal actualizado (acceder).

Una pregunta muy significativa en el proceso evolutivo del alma humana es ¿Qué sentido tiene la vida y el universo?

¿Es posible aprovechar la vida dedicándola a aquello que nos hace felices?

Cuando se entiende que una vida con sentido tiene que ser aprovechada, dejar de hacerlo nos causa una frustración tremenda.

Somos lo que hacemos, lo que decimos, lo que pensamos, lo que sentimos, y hacemos, decimos, pensamos y sentimos lo que somos, incluso cuando lo rechazamos, porque actuar fuera del contexto de nuestra voluntad también es una elección que demuestra lo que somos.

Cuando estamos avanzando conscientemente en el camino de nuestro destino, surge la pasión, porque cada paso, cada avance, es un motivo de celebración y de felicidad. Lo más importante en la vida es conocer su sentido, y todas las demás informaciones son herramientas que podemos aprovechar para construir nuestro destino en base a este sentido de la vida.

El funcionamiento del universo y del alma humana no exige ningún tipo de creencia.

En la filosofía se debaten muchos temas, pero nunca acaban preguntándose ¿Y esto para qué sirve? 

El camino de la felicidad incluye:

-        Una mente serena.

-        Un cuerpo sano.

-        Una vida amorosa.

Cuando la energía (física, mental, espiritual) se acumula, el siguiente paso es ordenarla, de otro modo es posible que empleemos esta energía en un lugar que no produzca efectos positivos.

Todo aprendizaje, tanto teórico como experiencial, solo tiene valor real si nos permite transformarlos en alguna medida y nos permite observar y comprender la realidad desde un punto de vista más elevado.

Hay conceptos que provienen de las distintas corrientes religiosas que son metáforas, y si se entienden de forma literal, se está cometiendo un error que lleva directamente al fanatismo y al fundamentalismo.

Se podría entender el concepto de ego espiritual como el intento de subir al tercer piso sin pasar por los dos pisos inferiores, los niveles físico y mental, lo que provoca la imposibilidad de comprender y organizar adecuadamente la información que llega.

Las energías que están a nuestra disposición solamente se podrán aprovechar de un modo eficiente si las empleamos con responsabilidad, es decir, con amor y con sabiduría.

Cuando intentamos estudiar cualquier cosa sin disponer de la base necesaria, los resultados siempre son pobres, y sacamos conclusiones que en algunos casos pueden ser erróneas, puesto que toda comprensión e interpretación de la información nueva que nos llega siempre está apoyada en la información que ya teníamos adquirida, y por eso, ante una misma información, una persona puede comprenderla, otra persona puede no enterarse de nada, y una tercera persona puede interpretarla de un modo totalmente distorsionado. Esto nos permite comprender la importancia que tiene el hecho de aprender desde las bases, y una vez que la información fundamental está bien consolidada, es entonces cuando podemos avanzar a mayor ritmo en nuestro proceso de aprendizaje. Por ejemplo, si pretendemos comprender y elevarnos en el mundo espiritual, pero nuestros actos y nuestros pensamientos están cargados de limitaciones, la comprensión teórica no estará bien sustentada y será imposible poner en práctica esta información con resultados positivos. En resumen, la esencia de toda forma de evolución es que pueda influir positivamente en el nivel en el que se desarrolla, pero también en los niveles inferiores, de acuerdo con el principio de causación descendente (influencia y control de los niveles inferiores). Sin embargo, es posible que esto no ocurra cuando se busca resolver una cuestión puntual o escapar de la realidad en la que nos encontramos, sin tener un interés real en realizar una verdadera transformación personal. En este caso estaremos mirando hacia el exterior, por lo que no se puede lograr ninguna transformación interna. Sólo a través de la introspección podremos lograr que se produzca la causación descendente, es decir, bajar la luz a la Tierra, lograr la transformación personal y, a través de nuestra influencia, la transformación social para la que estamos llamados. Por tanto, entendamos el carácter práctico que requiere todo aprendizaje, porque la evolución tiene que alcanzar todos los niveles de nuestra realidad, lo que se mide claramente a través de la verificación de cómo avanzamos en nuestros niveles de desarrollo de la paz interior, de expresión del amor universal y de sentimiento de felicidad profunda, en resumen, la expresión práctica de este proceso evolutivo espiritual que se muestra en los niveles mental y físico. Todos estos procesos son internos, y cuando hemos sido capaces de consolidarlos, podremos finalmente expresarlos, pero no antes, porque entonces seríamos sepulcros blanqueados y estaríamos viviendo una mentira que siempre tiene un trayecto muy corto y unas consecuencias nunca positivas.

Entendamos, por tanto, que solo a través de la transformación interna podemos contribuir realmente a transformar el mundo, y recordemos que no estamos solos, por lo que carece de sentido pretender que todo se desarrolle de acuerdo con nuestra voluntad única, y este reconocimiento nos llevará a la maravillosa conclusión de que nuestra tarea es hacer todo del mejor modo posible, pero siempre dejar los resultados en manos de Dios.

El intento de elevación espiritual tiene tres desequilibrios, uno interno y dos externos. El desequilibrio interno consiste en creernos tremendamente elevados, muy por encima de toda la mediocridad que nos rodea; es la soberbia. Los desequilibrios externos consisten, por un lado, en ir diciendo a todo el mundo que somos seres muy evolucionados y elevados; es la vanidad. El otro consiste en reunirse únicamente con personas que consideramos de nuestro propio nivel evolutivo; es el orgullo. Y es cierto que existe la Ley de Afinidad, que nos impulsa a sentirnos mejor con las personas que son afines a nosotros, pero es evidente que si las personas sabías solo se reunieran con otras personas igual de sabias, nunca podría difundirse realmente su sabiduría, y por eso siempre han existido maestros y alumnos.

El gran mensaje que nos permite poner de manifiesto la paz interior, el amor universal y la felicidad profunda es mantener la idea de actuar en nuestros niveles físico y mental de acuerdo con nuestra propia responsabilidad, como si Dios no existiera, y simultáneamente, comprender desde nuestro nivel espiritual que estamos absolutamente en manos de Dios. Si nos quedásemos solamente con la primera parte, sin Dios, el esfuerzo carecería de sentido en el momento en que ya hemos alcanzado la comodidad suficiente. Si nos quedamos solo con la segunda parte, podríamos llegar a la conclusión de que no es necesario hacer nada en la vida, lo cual también la dejaría sin sentido, incluso mucho antes que en el caso anterior. Todo lo que tenga que ocurrir, ocurrirá necesariamente de acuerdo con el plan divino, pero de ningún modo es excusa para dejar de hacer lo que nos corresponde.

Dios impregna y anima a toda la Creación, y por eso podemos afirmar que está en todos los sitios y que lo ve todo y lo sabe todo, y hay veces, durante las grandes aflicciones, que parece que Dios se ha ido, porque consideramos erróneamente que tiene que proteger nuestro cuerpo. Sin embargo, estamos hechos a imagen y semejanza de Dios en el nivel del espíritu, no en la materia, porque Dios no puede ser materia, ya que la materia está sujeta a cambio permanente. Nuestro concepto de Dios es el de una realidad eterna y perfecta, y la materia solo es perfecta en su imperfección, ya que cumple su función perfecta porque nos impulsa a participar en el proceso de perfeccionamiento infinito, tanto propio como de nuestro entorno. Si podemos seguir este concepto, podremos aceptar que Dios define unas Leyes Universales que siempre se cumplen, y por eso, “del mismo modo llueve para justos que para injustos” (Evangelio según San Mateo 5:45), y en este sentido, todo depende de nosotros, porque Dios nos da el libre albedrío para tomar las decisiones que deseemos, sin dejar en ningún momento de cumplirse sus Leyes. Por eso, todo está en manos de nosotros, pero al mismo tiempo, todo está en manos de Dios. Y este libre albedrío es el que nos permite reconectarnos con Dios, fundirnos en Él, pero ahora de un modo consciente y voluntario. Dios nos deja de la mano para que podamos aprender a andar, como Padre Eterno que es con sus hijos inmortales, almas que formamos parte de toda la Creación, pero está en todo al mismo tiempo. “En Él vivimos, nos movemos y existimos”, enseñó el apóstol Pablo (Nuevo Testamento, Hechos de los Apóstoles 17:28), y si entendemos que somos lo que somos porque así hemos sido creados y así se nos ha dado la oportunidad de poder evolucionar de forma libre y voluntaria, comprenderemos que todo lo que somos y hacemos es porque Dios lo permite, y no solo eso, sino que todo lo que somos forma parte de las dádivas que Dios nos ha otorgado, por lo que finalmente podemos deducir que todo es y todo ocurre de acuerdo con la voluntad de Dios, ya sea por acción o por autorización. Y si afirmamos que nosotros somos el resultado del ejercicio de nuestra voluntad, podemos decir también que Dios es el resultado del ejercicio de su voluntad, la Creación, por lo que la discusión filosófica de si Dios es todo o de si Dios es el creador de todo y está fuera de todo, carece de significado en el nivel práctico de la concepción de la realidad, a la vez que es imposible demostrar una u otra afirmación, aunque si podemos ofrecer un diálogo interno que nos permita entender que cuando vemos la Creación con los ojos del alma es cuando mejor podemos ver a Dios, a través de su obra. Y desde este prisma también podemos comprender que si toda la Creación es obra de Dios, y que si nosotros formamos parte de la Creación, todos y todo, materia animada e inanimada, somos una misma cosa: la Creación, la expresión de la voluntad de Dios.

La energía que mueve hacia el equilibrio es la misma que la que lo hace hacia el desequilibrio, y la diferencia radica en el modo de utilizar esta energía. De aquí es fácil deducir que hay una energía adecuada pero diferente para emplear en cada momento y situación, y podemos cometer el error de emplear un nivel diferente de energía, ya sea por exceso o ya sea por defecto. Por ejemplo, hacer ejercicio físico es positivo si mejora nuestras cualidades, nos mantiene sanos y contribuye y nos permite cumplir con el resto de obligaciones y objetivos que nos planteamos en la vida. El error por defecto consiste en no hacer nada de ejercicio o no hacer el ejercicio suficiente para lograr estos objetivos, y el error por exceso consiste en sobreentrenarnos, realizar sobreesfuerzos que nos puedan provocar lesiones, o dedicar tanto tiempo y energía a hacer ejercicio que nos impida cumplir con nuestras obligaciones y con otros objetivos que deseemos alcanzar. Podemos observar que en todos los casos estamos hablando de hacer ejercicio físico, pero el modo de hacerlo y la intensidad, energía, tiempo, atención e intención que ponemos hace que el resultado cambie totalmente, y lo que cambia es el modo de relacionarnos y de gestionar esa energía.

Por tanto, cuando no sabemos aprovechar una energía de forma oportuna y adecuada, podemos concluir que somos ignorantes, y los efectos desagradables, incluso desastrosos de esa ignorancia, son los que nos muestran la importancia de cambiar, de aprender, de evolucionar.

Si el mundo fuese perfecto, no necesitaríamos hacer nada, lo cual sería un tremendo aburrimiento. El proceso de perfeccionarnos nosotros y de contribuir a perfeccionar el mundo es el gran regalo que nos otorga Dios y que da sentido a nuestra existencia, es salir del jardín del Edén al comer del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal, y en nuestra mano está comer del Árbol de la Vida para llegar a vivir para siempre, para ser conscientes (Biblia, Génesis 3:22). La perfección de la Creación está en la oportunidad que nos da Dios en la participación consciente de la construcción del camino hacia esa perfección, lo que esencialmente consiste en adquirir la sabiduría que nos permita ordenar la energía del modo adecuado y en el lugar y momento oportunos.

Por ejemplo, la energía nuclear puede ser empleada para producir electricidad en grandes cantidades o puede emplearse para fabricar una bomba atómica. Si esa electricidad la estamos poniendo al servicio de las personas y de la vida es diferente que si la utilizamos para electrificar un campo de concentración. Si la bomba atómica se utiliza para lanzarla contra un supuesto enemigo no es lo mismo que si se utiliza como elemento disuasorio. De aquí podemos deducir que las cosas no son buenas o malas en sí mismas, sino en el uso que hacemos de ellas, así como que esta energía de la que estamos hablando puede concretarse en una misma cosa que produzca equilibrio en unos casos o desequilibrio en otros, y según vamos evolucionando en consciencia y conciencia, seremos capaces de aprovechar y ordenar la energía disponible de un modo cada vez más adecuado. Lo mismo podemos decir con cualquier otra cosa, como los recursos de todo tipo, las relaciones con los demás o con la naturaleza o la adaptación al entorno físico y vibracional en el que nos encontramos.

Otro ejemplo, si a una persona le encanta la ebanistería, podrá fabricar muebles de gran calidad para su casa, pero si sigue fabricando muebles, necesitará regalarlos o venderlos, porque si se los queda en casa, llegará un momento en que no podrá entrar en ella.

Por tanto, un desequilibrio consiste en gestionar la energía disponible en una dirección equivocada, ya sea por exceso o por defecto.

Las energías, las capacidades que disponemos, son exactamente las que necesitamos en nuestro proceso evolutivo, y lo alcanzamos cuando situamos estas energías del modo adecuado, lo que se consigue tomando consciencia de ellas y desarrollando el trabajo necesario para poder armonizar todas las dimensiones o manifestaciones de nuestro ser, y solamente cuando hemos logrado esta armonización es cuando verdaderamente podremos armonizar con los demás, porque si hay lucha interna, es imposible que podamos lograr paz externa.

Cuando cualquier forma de energía la aprovechamos de forma incorrecta, estamos creando un desequilibrio. Esto ocurre porque no somos conscientes de los efectos tan negativos que estamos provocando en nosotros mismos y en nuestro entorno. Cuando aumentamos nuestro nivel de consciencia podemos acceder a nuestra conciencia, y somos capaces de elegir de acuerdo con el principio de amor universal.

El objetivo evolutivo del ser humano es equilibrar y unificar sus diferentes niveles o manifestaciones para poder expresarse de un modo completo y eficiente. Desapareciendo las luchas internas, podemos contribuir a la vida del mejor modo posible.

Toda lucha interna hace que se manifiesten disonancias. Intentamos expresar el amor universal desde el nivel del alma, pero actuamos de forma egoísta en el nivel de la mente y en el nivel físico, la emoción del miedo limita nuestros actos. Lograr el equilibrio interno es el primer paso para poder continuar evolucionando.

Todos los procesos evolutivos en los que tenemos la sensación de que se produce un salto, en realidad se está provocando una revolución más que una evolución, ya que ese salto nos está indicando que no hemos transitado el camino que nos llevaba de un punto al otro y que nos queda pendiente el aprendizaje de ese tramo. Esto se traduce en una sensación de vacío, de desorientación, de dificultad para comprender la nueva situación actual y de poder aprovechar las nuevas capacidades, por lo que se cometen errores que nos hacen retroceder y nos dan la oportunidad de transitar ese tramo de camino que teníamos pendiente recorrer. Por ejemplo, si a una persona económicamente humilde le toca la lotería, dispondrá de repente de una gran cantidad de dinero para el cual no está preparada, por lo que es lógico que lo administre de forma incorrecta, que lo gaste o que lo invierta de forma errónea, pero si es capaz de corregir este desequilibrio, asesorándose correctamente y evitando cometer más errores, podrá aprovechar lo que le quede de ese dinero de un modo más eficiente.

Hay momentos de vacío existencial dónde se siente la necesidad de cambiar, de evolucionar, pero no sabe cómo hacerlo. La brújula de la vida, la conciencia, indica hacia dónde ir, pero si no se dispone de un mapa, el camino será mucho más difícil, ya que no podrá prepararse para ninguno de los obstáculos con los que se pueda encontrar, porque no sabe que obstáculos son. Cuando se dispone de mapa, se puede analizar qué itinerario seguir, se pueden observar los obstáculos que vamos a poder encontrar, y podremos prepararnos convenientemente para poder superarlos del mejor modo. Por tanto, conocer la situación y prepararnos son dos procesos esenciales que facilitan el éxito. Pero nada lo puede garantizar, porque siempre hay factores externos, y cuando aceptamos que no siempre serán las cosas como pretendemos, estamos comenzando a aceptar la realidad, es decir, la voluntad de Dios.

Pero volvamos al mapa. Actualmente la humanidad tiene a su disposición muchos mapas, tanto de religiones, como de filosofías, como de corrientes científicas. ¿Todos los mapas son buenos? Decididamente no, porque un mapa es una herramienta, y las herramientas no son buenas o malas, son útiles o inútiles de acuerdo con lo que queramos hacer con ellas. Y esto nos lleva a comprender que, al final, la responsabilidad siempre será nuestra, que lo que aprovechemos o despreciemos en el camino tendrá unas consecuencias, lo sepamos o no lo sepamos. Y aquí cabe recordar el gran mensaje que aportó el Espíritu de la Verdad a Kardec, “amémonos e instruyámonos” (Kardec, El Evangelio según el Espiritismo, Cap. VI), porque es necesario el equilibrio del amor y de la sabiduría para poder avanzar, progresar, evolucionar, del mismo modo que usamos los dos pies para andar, que nos muestra que el desequilibrio en cada paso es el que nos permite el avance, porque este desequilibrio de una de las piernas es el que permite que avance la otra. Del mismo modo, cuando existe un desequilibrio en nuestra sabiduría, podemos compensarlo avanzando un paso en amor, e igualmente, cuando nos desequilibramos en amor, podemos compensarlo dando un paso en sabiduría. Pero ese paso tiene que ser corto y firme, porque de otro modo se produce un resbalón y acabamos cayendo al suelo. Con esta metáfora podemos comprender también que podemos mantener el mayor equilibrio cuando estamos parados, pero no hay ningún avance, por lo que podemos deducir que el mayor avance se logra en el desequilibrio controlado, que son los retos que nos impone la vida y los que nos atrevemos a afrontar por nuestro propio espíritu de evolución.

Elevarnos a nuestro nivel del alma tiene el requisito de que necesitamos entender el sentido y conocer el camino para poder gestionarlo adecuadamente. En caso contrario nos encontraremos con el abismo de la ignorancia, porque no sabemos cómo gestionar este nivel, ya que tendremos que luchar contra todas las resistencias internas, y no seremos capaces de resolver las resistencias externas. Pero no solo eso, este enfrentamiento nos hará sentir un vacío existencial, la incomprensión de nosotros mismos y de la vida, que nos puede llevar a rechazar el camino y tomar decisiones de rebeldía ante la realidad.

Ante los problemas no hay que preocuparse, pero sí que hay que ocuparse.

El gran reto evolutivo consiste en elevarse hasta el nivel del espíritu y ser capaz de bajarlo a los niveles de la mente y del cuerpo físico. Este fenómeno se denomina “causación descendente” y es la influencia y control de los niveles inferiores.

Un árbol no crece desde la semilla en un solo día, un bebé no puede ir a la universidad, y una persona ignorante no puede comprender conceptos elevados, es imprescindible el proceso de avanzar, de evolucionar paulatinamente, y cada ser de la Creación tiene su ritmo, por lo que no se puede garantizar ningún proceso que funcione igual para todos, y por eso a lo largo de la historia, los conocimientos profundos se han mantenido restringidos a grupos muy reducidos. Pero el motivo no es solo porque no puedan comprenderlo, sino porque los ignorantes, cuando no entienden la verdad, la rechazan y la atacan. Pero actualmente, la tecnología nos ha dado acceso libre a todo tipo de información, se ha democratizado, por lo que las personas que transmiten su verdad son menos vulnerables ante los ignorantes violentos.

Pero cuando nos constituimos en guías de aprendizaje de otras personas, sigue siendo necesario ir dosificando y adaptando la información que se aporta para poder hacer eficiente el proceso de aprendizaje, y esta tarea es muy difícil, ya que el maestro tiene que conocer de un modo muy profundo al discípulo, y para conseguir eficiencia en este proceso, la enseñanza tiene que ser individualizada. Por tanto, podemos deducir que, para la mayoría de los casos, es positivo utilizar uno de estos tres métodos:

-        Definir una programación detallada de contenidos que permita que los alumnos tengan una idea general del camino que van a seguir.

-        Mantener un modelo abierto de enseñanza dialogante, que facilite a los alumnos ir mostrando los niveles de comprensión que van alcanzando y las dudas que se les van planteando, donde el maestro simplemente va abriendo puertas por donde los alumnos pueden ir, mostrando si están en condiciones de entrar por ellas.

-        Un modelo mixto, donde se sigue un programa establecido, como en el primer caso, pero desarrollando cada uno de los contenidos utilizando el segundo modelo. En la mayoría de los casos, este es el modelo mejor.

Un maestro es eficiente en sus enseñanzas cuando logra que sus alumnos vayan descubriendo de forma natural. Todo aprendizaje es progresivo, no se puede poner en la autopista a conducir a una persona que hace diez minutos que aprendió a arrancar el coche, no se puede pedir una redacción a un niño que está aprendiendo a dibujar las letras. Por tanto, cualquier enseñanza está sujeta a la comprensión individual, y carece de sentido pretender que todos los alumnos aprendan de igual forma, por lo que siempre se deberá buscar aportar información lo más adaptada posible al conjunto e ir ajustando los contenidos de forma individual.

Cuando logramos tener orden a nivel mental podemos multiplicar la eficiencia de nuestros pensamientos, lo que permite gestionar mejor nuestro nivel físico y permitir que se exprese nuestro nivel espiritual.

El error más sutil es la suposición de que hemos alcanzado las metas definitivamente, porque las verdaderas metas son el propio camino, y las posibilidades de aprendizaje, avance y evolución son infinitas. Por tanto, cuando algo se aprende, la cosa no acaba allí, ya que quedan los procesos de la puesta en práctica y de la enseñanza a los demás, y en estos dos procesos siempre existe la posibilidad de evolucionar, porque realmente son los caminos que permiten descubrir por nosotros mismos nueva información, nuevas capacidades, nuevas virtudes que no habíamos adquirido hasta ese momento. Esto explica y confirma que, si Dios es infinito, nuestro camino hacia Dios tiene que ser infinito también.

Evolucionar y contribuir a la evolución de los demás son procesos que se gestionan de forma simultánea, siguiendo los patrones que marca la vida. De hecho, nuestra propia evolución está influyendo decisivamente en la evolución del universo, porque la expresión de nuestra vida irá cambiando, y la energía que compartamos será diferente.

Aislarse del mundo en mayor o menor medida es una decisión. Si no nos aislamos nunca, es imposible interiorizarnos, bucear en nuestra realidad interior. Si nos aislamos absolutamente, no podemos evolucionar ante unas relaciones inexistentes, ni podemos poner en práctica lo aprendido, ni podemos ayudar a evolucionar a otros. Como en tantas ocasiones, el punto medio de equilibrio es el más acertado.

 

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